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martes, 30 de julio de 2013

Aprendemos con los Daños y no con los Años


No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido. Que no toda la gente es falsa, que no todo el mundo tiene dos caras. Aprendí que dos y dos son cuatro, que no hay que dar más de lo que se recibes. Que no hay que ilusionarse demasiado. Aprendí que los peces nadan y las aves vuelan. Que los políticos mienten, que la Tierra es redonda y da miles de vueltas. Que la vida es un regalo. Me enseñaron que el futuro no está escrito, que el universo es infinito y que nosotros somos personitas diminutas, casi inexistentes.

Aprendí a no creer en las promesas, a confiar en casi nadie y a contar con los dedos de una mano a quien de verdad siempre estuvo a mi lado, también he aprendido por mí misma, que nunca es tarde para todo. Que lo más valioso de la vida no es lo que tenemos, sino a quién tenemos. Que el dinero puede comprarlo todo, menos la felicidad. Que el físico atrae, pero la personalidad es la que nos enamora. Comprendí que quién no valora lo que tiene, algún día se lamentará por haberlo perdido. Que para ser feliz sólo tienes que hacer feliz a alguien, y que si quieres recibir, da un poco de ti.

Rodéate de buenas personas y lo más importante: Sé una de ellas porque quien algo quiere algo le cuesta, poder es querer, nada es imposible si alguien se lo propone desde el primer momento. Que las cosas se consiguen con gran esfuerzo. Que en la vida hay todo tipo de cosas difíciles y cosas que son lo más importantes. Aprendí que las personas no son perfectas, tienen sus defectos que pueden dañar, que los perros muerden y los gatos arañan. Que el amor verdadero tiene buen principio y buen final. Y cuando no hay amor todo termina mal, quien no arriesga con lo que quiere no gana, quien ríe el último ríe mejor, la amistad y el amor son imperfectos.

Soy una extraña para casi todos y la mayoría son extraños para mí y de hecho casi no tengo amigos. No puedes obligar a alguien a que te amé. Aprendí que las personas nunca te aceptaran como eres, a menos que necesiten algo de ti... Que la persona que te ame... Tarde o temprano te hará cambiar. Vivir cada día como si fuera el último. El significado de la palabra amor... No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti...

lunes, 29 de abril de 2013

Puentes

Los puentes son como ciertas personas:

Su importancia se valora cuando ya no están, o cuando están rotos y no se los puede usar.......

Existe una cantidad impresionante de puentes: Cortos y largos, anchos y estrechos, seguros e inseguros, caros y económicos.....

Todos tienen sin embargo, algo en común: Sirven para unir dos orillas......
Atravesándolos, uno siente que, de algún modo, lleva un mensaje al otro lado......

También las personas estamos llamadas a ser puentes, para facilitar el encuentro, para superar aflicciones, para estimular el perdón......

Hacer de puente a veces cuesta, pero cuando da resultado, la gratificación es grande......

Quiero ser para ti como un puente sobre el río...

Del lado de acá está tu hoy..... Del lado de allá tu mañana......

Entre los dos lados, el río de la vida, a veces sereno, a veces turbulento, a veces traicionero y a veces profundo y revuelto......

ES NECESARIO ATRAVESARLO......

No soy Dios ni pretendo jugar a ser Dios... Sólo Él puede llevarte con seguridad al otro lado...... Pero yo quiero ser el puente que haga más fácil la travesía......

Si crees que no es bueno pasar sólo, usa mis hombros...

Si me balanceara, no tengas temor...Dios me ha colocado en tu camino para ayudarte a cruzar el río......

No dudes en utilizarme, y cuando llegues, déjame, si quieres......

Si, me entiendes bien, déjame donde estoy. Otros han pasado por medio de mi, igual como tu pasaron......

Pero quiero que continúes tu marcha......

Soy tu puente para muchas travesías de la vida, pero aún tengo otro nombre......

SOY UN PUENTE LLAMADO AMISTAD .......

El Cuaderno Rojo

El cartero extendió el telegrama.

José Roberto, le agradeció, y mientras lo abría, una profunda arruga surco su frente. Una expresión de sorpresa más que de dolor. Palabras breves y precisas: - Tu padre falleció. Entierro 18 horas. Mamá.

José Roberto continúo parado, mirando al vacío. Ninguna lágrima, ningún dolor. ¡Nada! Era como si hubiera muerto un extraño. ¿Por que no sentía nada por la muerte del viejo?
Como un torbellino de pensamientos confusos, avisó a la esposa, tomó el micro y se fue, venciendo los silenciosos kilómetros de ruta mientras la cabeza giraba a mil. En su interior, no quería ir al funeral y, si estaba en camino era sólo para que la madre no estuviera más triste.

Ella sabía que padre e hijo no se llevaban bien.

La cuestión había llegado al final el día que, después de una lluvia de acusaciones, José Roberto había hecho las valijas y partido; prometiendo nunca más poner los pies en aquella casa.

Un empleo razonable, casamiento, llamadas a la madre para Navidad, Año Nuevo o Pascua… Se había desligado de la familia no pensaba en el padre y la última cosa en la vida que deseaba era ser parecido a él.

En el velorio: Pocas personas.

La madre pálida, helada, llorona. Cuando vio al hijo, las lágrimas corrieron silenciosas, fue un abrazo de desesperado silencio. Después, vio el cuerpo sereno envuelto por una manta de rosas rojas, como las que al padre le gustaba cultivar. José Roberto no vertió una sola lágrima, el corazón no podía. Era como estar delante de un desconocido un extraño, un…

Se quedó en casa con la madre hasta la noche, la beso y le prometió que volvería trayendo los nietos y la esposa para conocerla. Ahora, podría volver a casa, porque aquel que no lo amaba, no estaba mas para darle consejos ácidos ni para criticarlo.
En el momento de la despedida la madre le colocó algo pequeño y rectangular en la mano.

-Hace mucho tiempo podrías haberlo recibido - dijo.- Pero, infelizmente sólo después que él se fue lo encontré entre las cosas más importantes…

Fue un gesto mecánico, minutos después de comenzar el viaje, metió la mano en el bolsillo y sintió el regalo.

La luz mortecina del micro, le mostró un pequeño cuaderno de tapa roja. Lo abrió curioso. Páginas amarillentas. En la primera, arriba, reconoció la caligrafía firme del padre:

- “Nació hoy José Roberto. ¡Casi cuatro kilos! Es mi primer hijo, ¡un muchachote! Estoy orgulloso de ser el padre de aquel que será mi ¡continuación en la Tierra!”.

A medida que hojeaba, devorando cada anotación, sentía un dolor en la boca del estómago, mezcla de dolor e perplejidad, pues las imágenes del pasado resurgieron firmes y atrevidas ¡como si terminaran de pasar!.

- “Hoy, mi hijo fue a la escuela. ¡Es un hombrecito! Cuando lo vi de uniforme, me emocioné Y le desee un futuro lleno de sabiduría. La vida de el será diferente de la mía, que no pude estudiar por haber sido obligado a ayudar a mi padre.

- Para mi hijo deseo lo mejor. “No permitiré que la vida lo castigue”.
Otra página. -”Roberto me pidió una bicicleta, mi salario no da, pero él la merece porque es estudioso y dedicado. -

- Pedí un préstamo que espero pagar con horas extras”. José Roberto se mordió los labios.

Recordaba su intolerancia, De las peleas para tener la soñada bicicleta. Si todos los amigos ricos tenían una, ¿por que no podía tener la suya?.

- “Es duro para un padre castigar a un hijo y se que el me podrá odiar por eso; pero, debo educarlo para su propio bien.” “Fue así como aprendí a ser un hombre honrado y esa es la única forma que sé acerca de educarlo”.

José Roberto cerró los ojos y vio la escena cuando por causa de una borrachera, hubiera ido a la cárcel, aquella noche; si el padre no hubiera aparecido para impedirle ir al baile con los amigos… Recordaba también el auto retorcido y manchado de sangre que había chocado contra un árbol… Por otro lado parecía oír sirenas, el llanto de toda la ciudad mientras cuatro cajones seguían lúgubremente para el cementerio.

Las páginas se sucedían con cortas, y largas anotaciones, llenas de respuestas que revelaban, en silencio y tristeza, que el padre lo había amado. El “viejo” escribía de madrugada… reflexionó.

Momento de soledad, en un grito de silencio, porque era de esa manera como era él, nadie le había enseñado a llorar y a dividir sus dolores, el mundo esperaba que fuera duro para que no lo juzgaran ni débil ni cobarde. Y, ahora José Roberto estaba teniendo la prueba que, debajo de aquella fachada de fortaleza había un corazón tan tierno y lleno de amor.

La última página.
Aquella del día en que había partido: -”Dios, ¿Qué hice mal para mi hijo me odie tanto?
¿Por qué soy considerado culpable? “Si no hice mas que intentar transformarlo en un hombre de bien”.

“Mi Dios, no permitas que esta injusticia me atormente para siempre. Que un día él pueda comprenderme y perdonar por no haber sabido ser el padre que el merecía tener. ”Después no había más anotaciones y las hojas en blanco daban la idea de que el padre había muerto en ese momento, José Roberto cerró deprisa el cuaderno, el pecho le dolía…

El corazón parecía haber crecido tanto, que luchaba para escapar por la boca.
No vio el micro entrar en la Terminal, se levantó desesperado y salió casi corriendo porque necesitaba aire puro para respirar.

La aurora rompía el cielo y un día comenzaba. ”¡Honre a su padre para que los días de su vejez sean tranquilos!” – alguna vez había oído esa frase y jamás había reflexionado la profundidad que ella contenía. En su egocéntrica ceguera de adolescente, jamás había parado para pensar en verdades mas profundas. Para él los padres eran descartables y sin valor, como los papeles que son tirados a la basura.

Aquellos días de poca reflexión todo era placer, salud, belleza, música, color, alegría, despreocupación, vanidad. ¿No era él un semidiós?

Ahora, el tiempo lo había envejecido, fatigado y también vuelto padre, aquel falso héroe… De repente. En el juego de la vida, el era el padre y sus actuales contestaciones, no satisfacían a sus hijos.

¿Cómo no había pensado en eso antes? Seguramente por no tener tiempo, pues estaba muy ocupado con los problemas, la lucha por la supervivencia, la sed de pasar fines de semana lejos de la ciudad, con ganas de profundizar en el silencio sin necesitar dialogar con sus hijos.

Jamás tuvo la idea de comprar un cuaderno de tapa roja para anotar una frase sobre sus herederos, jamás le había pasado por la cabeza escribir que sentía orgullo de aquellos que continúan su nombre.

Justamente él, que se consideraba el más completo padre de la Tierra. La vergüenza casi lo tiro con una lección de humildad. Quiso gritar, procurando agarrar al viejo para sacudirlo y abrazarlo, encontró solo el vacío.

Había una raquítica rosa roja en el jardín de su casa, el sol terminaba de nacer.
Entonces, José Roberto acaricio los pétalos y recordó la mano del padre podando, y cuidando con amor. ¿Por qué nunca percibió todo esto antes? Una lágrima brotó como el rocío, e irguiendo los ojos para el cielo dorado, de repente, sonrió y se desahogó en una confesión:

“Si Dios me mandara a elegir, ¡Juro que no querría haber tenido otro padre que no fueras vos, viejo! -Gracias por tanto amor, y perdóname por haber sido tan ciego
“HABLA, DISFRUTA, ABRAZA, BESA, SIENTE, Y AMA A TODAS LAS PERSONAS QUE PUEDAS VER Y TOCAR” ¡¡¡APROVECHA!!!

El Dia en que Jesús Guardó Silencio

Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Solo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido con un buen libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear…

En algún lugar entre la semiinconsciencia y los sueños, me encontré en aquel inmenso salón, no tenía nada en especial salvo una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros iban del suelo al techo y parecía interminable en ambas direcciones.
Tenían diferentes rótulos. Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado: “Muchachas que me han
gustado”. Lo abrí descuidadamente y empecé a pasar las fichas. Tuve que detenerme por el impresión, había reconocido el nombre de cada una de ellas: ¡se trataba de las muchachas que a MÍ me habían gustado!

Sin que nadie me lo dijera, empecé a sospechar de donde me encontraba. Este inmenso salón, con sus interminables ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia.

Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya olvidado.

Un sentimiento de expectación y curiosidad, acompañado de intriga, empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido.

Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que volverme para
ver si alguien me observaba.

El archivo “Amigos” estaba al lado de “Amigos que traicioné” y “Amigos que abandoné cuando más me necesitaban”.

Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo. “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, “Consuelo que he dado”, “Chistes que conté”, otros títulos eran: “Asuntos por los que he peleado con mis hermanos”, “Cosas hechas cuando estaba molesto”, “Murmuraciones cuando mamá me reprendía de niño”, “Videos que he visto”…

No dejaba de sorprenderme de los títulos: En algunos ficheros habían muchas mas tarjetas de las que esperaba y otras veces menos de lo que yo pensaba. Estaba atónito del volumen de información de mi vida que había acumulado.

¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma.

Cuando vi el archivo “Canciones que he escuchado” quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aun así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido.

Cuando llegué al archivo: “Pensamientos lujuriosos” un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo abrí el cajón unos centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Me sentí asqueado al constatar que “ese” momento, escondido en la oscuridad, había quedado registrado… No necesitaba ver más…

Un instinto animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver estas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este salón. ¡Tengo que destruirlo!.

En un frenesí insano arranqué un cajón, tenía que vaciar y quemar su contenido. Pero descubrí que no podía siquiera desglosar una sola del cajón. Me desesperé y trate de tirar con mas fuerza, sólo para descubrir que eran mas duras que el acero cuando intentaba arrancarlas.

Vencido y completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar.

Apoyando mi cabeza al interminable archivo, testigo invencible de mis miserias, y empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación:

“Personas a las que les he compartido del amor de Jesús”. La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Las lagrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un nuevo pensamiento cruzaba mi mente: nadie deberá entrar a este salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre.

Y mientras me limpiaba las lagrimas, lo vi. ¡Oh no!, ¡por favor no!, ¡El no!, ¡cualquiera menos Jesús!. Impotente vi como Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada.

Intuitivamente Jesús se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza, me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. El, se acerco, puso sus manos en mis hombros.

Pudo haber dicho muchas cosas. Pero el no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio. Era el día en que Jesús guardó silencio… y lloró conmigo.

Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío. ¡No!, le grité corriendo hacia El.

Lo único que atiné a decir fue solo ¡no!, ¡no!, ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por que estar en esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.

No entiendo como lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi cerrar el último archivo y venir a mi lado. Me miró con ternura a los ojos y me dijo:

Consumado es, está terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa.

En eso salimos juntos del Salón… Salón que aún permanece abierto…. Porque todavía faltan más tarjetas que escribir…

Aún no se si fue un sueño, una visión, o una realidad… Pero, de lo que si estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.

Romanos 10:13-15 (Nueva Versión Internacional)

13 porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.
14 Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?15 ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: ¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!

Mi Corazón, El Hogar de Cristo

Una tarde invite a Jesucristo a morar en mi corazón. ¡Que entrada hizo! No fue una entrada espectacular ni emotivo, pero si muy real. Algo sucedió en el mismo centro de mi vida. Llegó a las tinieblas de mi corazón y encendió la luz. Expulsó el fuego en el hogar y expulsó el frío. Inició una música donde había habido silencio y llenó el vacío con Su propia amorosa y maravillosa confraternidad. Jamás he deplorado el haberle abierto la puerta a Cristo y nunca lo lamentaré.
En el gozo de esta nueva relación, le dije a Jesucristo: - Señor, quiero que este corazón mío sea tuyo. Quiero que te establezcas aquí y te sientas en tu casa. Todo lo que tengo te pertenece. Déjame mostrártelo todo.

EL ESTUDIO: La primera habitación era el estudio, la biblioteca. En mi hogar esta habitación de la mente es muy pequeña con paredes muy gruesas. Pero es muy importante. En cierto sentido es la sala de control de la casa. Él entró conmigo y miró alrededor a los libros de los anaqueles, las revistas sobre la mesa, los cuadros en las paredes. Cuando yo seguí con la vista su mirada, me sentí incómodo.

Era extraño que no me hubiese sentido avergonzado de esto antes, pero ahora que Él estaba allí mirando todas esas cosas, me sentí turbado. Sus ojos eran demasiado puros para contemplar algunos de los libros que había allí. Sobre la mesa había algunas revistas que no debía leer un cristiano. En cuanto a los cuadros en las paredes -las imaginaciones y pensamientos de la mente- algunas eran vergonzosas.

Sonrojado, me volví a Él y dije: -Maestro, sé que esta habitación hace falta limpiarla y ordenarla. ¿Podrías ayudarme a convertirla en lo que debería ser?

-¡Por supuesto! -respondió-. Me alegraré de ayudarte. Primero que todo, toma todas las cosas que estás leyendo y mirando que no sean útiles, puras, buenas y verdaderas, y ¡tíralas! Después pon en los anaqueles vacíos los libros de la Biblia. Llena la biblioteca con Escrituras y medita en ellas día y noche. En cuanto a los cuadros en las paredes, te va a ser difícil controlar esas imágenes, pero tengo algo que te ayudará.

Me dio un retrato en tamaño natural de Sí Mismo. -Cuelga esto en el centro -dijo-, en la pared de la mente. Lo hice, y a lo largo de los años he descubierto que cuando mis pensamientos están centrados en Cristo Mismo, Su pureza y poder hacen retroceder a los pensamientos impuros. Así que Él me ha ayudado a traer mis pensamientos en obediencia debajo de sus pies.

EL COMEDOR: Del estudio pasamos al comedor, la habitación de los apetitos y los deseos. Yo gastaba mucho tiempo y energías allí tratando de satisfacer mis deseos.

Le dije a Él: -Esta habitación es una de mis favoritas. Estoy seguro de que te complacerá lo que servimos. Se sentó conmigo a la mesa y me preguntó: -¿Qué hay en el menú para comer?

-Bueno -le contesté-, mis platos favoritos: dinero, grados académicos y acciones, con artículos del periódico de fama y fortuna como platos acompañantes. -Estas eran las cosas que me gustaban: dieta mundana.

Cuando tuvo la comida delante, no dijo palabra, pero observé que no la comía. Le pregunté: -Señor, ¿no te gusta esta comida? ¿cual es el problema?

Él contestó: -Para comer Yo tengo una comida de la que tú nada sabes. Si quieres comida que de veras te satisfaga, haz la voluntad del Padre. Deja de buscar tus propios placeres, satisfacción y deseos. Busca complacerlo a Él y la comida te satisfará a ti.

Allí en la mesa me dio a probar el gozo de hacer la voluntad de Dios. ¡Qué sabor! No hay comida como ésa en todo el mundo. Es la única que satisface.

EL SALÓN: Del comedor fuimos hasta el salón. Esta habitación era íntima y cómoda. Me gustaba. Tenía una chimenea, butacas acolchadas, un sofá y una atmósfera apacible.

Él dijo: -Esta de veras es una habitación muy agradable. Vengamos a menudo. Está aislada y tranquila, y podemos confraternizar juntos.

Bueno, como joven cristiano, yo estaba estremecido de emoción. No podía pensar en hacer algo mejor que estar unos minutos con Cristo en íntimo compañerismo.

Él prometió: -Yo estaré aquí temprano todas las mañanas. Encuéntrame aquí, y empezaremos el día juntos. Así que mañana tras mañana, yo bajaba al salón. Él tomaba un libro de la Biblia del librero. Lo abríamos y leíamos juntos. Él me descubría las maravillas de las verdades salvadoras de Dios. Mi corazón cantaba mientras Él me contaba del amor y la gracia que Él me tenía. Eran tiempos maravillosos.

Sin embargo, poco a poco, bajo la presión de muchas responsabilidades, este tiempo empezó a acortarse. ¿Porqué? No estoy seguro. Pienso que estaba demasiado ocupado para pasar con Cristo un rato con regularidad. No fue intencional, ¿entiendes? Sólo que así sucedió. Por último, no sólo se acortó el tiempo, sino que empecé a dejar de acudir algunas veces. Se amontonaban asuntos urgentes a las horas de mis apacibles ratos de conversación con Jesús.

Recuerdo una mañana en que corría escaleras abajo, ansioso de ponerme en camino. Pasé por el salón, y noté que la puerta estaba abierta.

Mirando adentro, vi un fuego en la chimenea y Jesús estaba sentado allí. De repente pensé consternado: -Él es mi huésped. ¡Yo lo invité a entrar en mi corazón! Él ha venido como mi Salvador y Amigo, y sin embargo, lo estoy desatendiendo.

Me detuve, me volví y entré vacilante. Con los ojos bajos le dije: -Señor, perdóname. ¿Has estado aquí todas estas mañanas?

-Sí -contestó-. Te dije que estaría aquí cada mañana para encontrarme contigo. Recuerda, te amo. Te he redimido a un gran costo. Para mí tu confraternidad es muy valiosa. Aunque no puedas mantener este tiempo apacible por tu propio bien, hazlo por el Mío.

La verdad de que Cristo desea mi compañerismo, que Él desea que yo esté con El y me espera, ha hecho más para transformar mis ratos apacibles con Dios que ningún otro hecho aislado. No permitas que Cristo espere solo en el salón de tu corazón sino busca tiempo cada día, para que con tu Biblia y en oración, puedas estar junto con El.

EL TALLER: Al poco tiempo me preguntó: -¿Tienes un taller en tu casa? Afuera en el garaje de mi casa del corazón yo tenía un banco de trabajo y algún equipo, pero no estaba haciendo mucho allí. De cuando en cuando jugueteaba por allí con unos pocos cachivaches, pero no hacía nada importante.

Lo llevé hasta allí. Inspeccionó el banco de trabajo y dijo: -Bueno, está muy bien equipado. ¿Qué estás haciendo con tu vida para el Reino de Dios? Miró uno o dos jugueticos que yo había tirado juntos en el banco y levantó uno preguntando: -¿Es esta la clase de cosa que estás haciendo por otros en tu vida cristiana?

-Bueno, Señor -respondí-. Sé que no es mucho, y de veras me gustaría hacer más, pero después de todo, no parece que yo tenga la fuerza o la habilidad para hacer más.

-¿Te gustaría tener mejores resultados? -preguntó.
-Por supuesto -repliqué.
-Está bien. Dame tus manos. Ahora descansa en Mí y permite que Mi Espíritu obre a través de ti. Se que eres inexperto, desmañado y torpe, pero el Espíritu Santo es el Maestro Obrero, y si Él controla tus manos y tu corazón, El obrará a través de ti.

Colocándose detrás de mi y poniendo Sus grandes y fuertes manos bajo las mías, sostuvo las herramientas en Sus hábiles dedos y empezó a obrar a través de mi. Mientras más descansaba y confiaba en Él, más era capaz Él de hacer con mi vida.

EL SALÓN DE RECREACIÓN: Me preguntó si tenía un salón de recreación donde iba a divertirme y confraternizar. Yo abrigaba la esperanza de que Él no preguntara por eso. Había ciertas actividades y asociaciones que quería mantener aparte para mí solo.

Una noche cuando salía de la casa con algunos amigos, me detuvo con una mirada y preguntó: -¿Vas a salir? Le contesté: -Sí.

-Bien -dijo-. Me gustaría ir contigo.
-Oh -contesté torpemente-. No creo que te divertirías adonde vamos. Salgamos mañana por la noche. Mañana por la noche iremos a un estudio bíblico en la iglesia, pero esta noche tengo otra cita.

-Lo siento -dijo-. Pensé que cuando vine a tu hogar, íbamos a hacerlo todo juntos, a ser compañeros íntimos. Sólo quiero que sepas que estoy dispuesto a ir contigo.

-Bueno -musité, escurriéndome afuera de la puerta- iremos a alguna parte juntos mañana por la noche.

Aquella velada pasé unas horas miserables. Me sentía envilecido. ¿Qué clase de amigo era yo para Jesús, dejándolo deliberadamente fuera de mi vida, haciendo cosas y yendo a lugares que yo sabía muy bien que Él desaprobaría?

Cuando regresé aquella noche, había luz en su habitación, y subí para hablar con Él. Le dije: -Señor, he aprendido mi lección. Sé ahora que no puedo pasar un buen rato sin ti. De ahora en adelante, lo haremos todo juntos.

Entonces fuimos al salón de recreación de la casa. Él lo transformó. Trajo nuevos amigos, nuevo entusiasmo, nuevos goces. La risa y la música han estado resonando por toda la casa desde entonces.

EL ARMARIO DEL CORREDOR: Un día me lo encontré esperando por mí en la puerta. En sus ojos había una mirada impresionante. Cuando entré, me dijo: -Hay un olor peculiar en la casa. Debe haber algo muerto por aquí. Es en los altos. Pienso que es en el armario del corredor.

Tan pronto dijo eso, supe de lo que estaba hablando. Había un pequeño armario de pared en el descanso del corredor, de sólo unos pocos pies cuadrados. En aquel armario, tras cerrojo con llave, tenía una o dos cositas personales de las que yo no quería que nadie supiera. Sobre todo, no quería que Cristo las viera. Yo sabía que eran cosas muertas que se podrían, que habían quedado de mi vieja vida. Las quería mantener tan en secreto, que tenía miedo de admitir que estaban allí.

De mala gana subí con Él, y mientras subíamos las escaleras el hedor se hacía más y más fuerte. Él señaló a la puerta. Yo estaba enojado. Esa es la única forma en que puedo describirlo. Le había dado acceso a la biblioteca, el comedor, el salón, el taller, el salón de recreación, y ahora me estaba preguntando acerca de un armario de dos por cuatro. Dije para mí: -Esto es demasiado. No le daré la llave.

-Bueno -dijo Él, leyéndome el pensamiento-, si piensas que voy a permanecer aquí en el segundo piso con ese hedor, estás equivocado. Me voy afuera al portal. Entonces vi como empezaba a bajar las escaleras.

Cuando uno llega a conocer y amar a Cristo, lo peor que puede sucederle es sentir que Él retira Su confraternidad. Tuve que darme por vencido, y le dije con tristeza:

-Te daré la llave del armario, pero tendrás que abrirlo y limpiarlo tú. Yo no tengo fuerzas para hacerlo. -Dame la llave -contestó-. Autorízate a ocuparme del armario y lo haré.

Le entregué la llave con manos temblorosas. La tomó, se dirigió a la puerta, la abrió, entró, tomó toda la porquería que se podría allí y la tiró lejos. Entonces limpió el armario y lo pintó. Todo estaba listo en un minuto. ¡Oh, qué victoria y liberación ver fuera de mi vida todo aquello muerto!

TRANSFIRIENDO EL TÍTULO: Me vino un pensamiento: -Señor, ¿hay alguna oportunidad de que te hagas cargo de la administración de toda la casa y de operarla en mi lugar como hiciste con el armario? ¿Aceptarías la responsabilidad de mantener mi vida como debería ser?

Se le iluminó el rostro cuando respondió: -¡Me encantaría! Eso es lo que deseo hacer. No puedes ser un cristiano victorioso con tus propias fuerzas. Déjame que lo haga a través de ti y por ti. Así es como se hace. Esa es la manera. Pero -añadió-, Yo soy sólo un huésped. No tengo autoridad para proceder, puesto que la propiedad no es mía.

Cayendo de rodillas, le dije: -Señor, tú has sido el huésped y yo el anfitrión. Desde ahora en adelante yo seré el sirviente. Tú serás el dueño y Señor.

Corriendo lo más aprisa que pude hasta la caja fuerte, saqué el título de la propiedad de la casa que la describía en detalle. Ansiosamente la firmé en favor de Él solo por toda la eternidad. -Aquí tienes -le dije-, todo lo que soy y tengo, para siempre. Ahora puedes administrar la casa. Me quedaré contigo sólo como siervo y amigo.

Las cosas han cambiado desde que Jesucristo se ha establecido y ha hecho su hogar en mi corazón.